Maneras de hacer fotografía en la calle

Diego M. Ramos (@orizaba.ramos) escribe sobre las maneras de hacer fotografía en la calle

Primera parte: La fotografía intuitiva

Se podría hablar de un eterno diálogo entre las dos principales “escuelas” de fotografía (si tal cosa siquiera existe), una conversación con imágenes entre los maestros de la técnica, como Stieglitz y Weston, y los maestros del momento, como HCB, Vivian Maier: ¿qué inspira la creación de la imagen?, ¿en qué maneras se concibe una fotografía antes de ser hecha?

A continuación hay un ejemplo de dos imágenes, una tomada por el maestro americano de la fotografía moderna, Alfred Stieglitz a principios del siglo XX y otra por el anarquista francés, maestro del instante decisivo, Henri Cartier-Bresson, en 1937.

¿Qué toma la iniciativa?
Al momento de oprimir el obturador,
cámara y persona, dos partes de un mismo proceso:
la compulsión de detener el tiempo y encuadrar la vida,
cortarse una rebanada del espacio y tiempo,
hacer una fotografía.

Ambos momentos, fracciones de segundo como los ha registrado la cámara: una persona encapuchada da un paso sobre la banqueta en la Quinta de Nueva York mientras el trabajador y su reflejo brincan por encima del charco en la estación de San Lázaro en Paris. Al ponerlas lado a lado podemos discernir una clara diferencia en edad –que está ahí pero no es muy grande– hecha notoria al espectador a partir de la primera capa superficial de información, que en este caso serían el contraste tonal y la textura de la imagen las que delatan este hecho. La fotografía de Stieglitz es similar a la de Bresson en cuanto al sujeto, la calle y su gente, pero la primera diferencia viene con el proceso técnico involucrado en su concepción: el americano ha hecho la suya con una cámara de placas de 4×5” y el francés se ha valido de la Leica y un rollo de 35mm. Es con este primer cacho de información que comienza dicho dialogo imaginario entre imágenes, pues la fotografía es una disciplina sujeta al instrumento, y es a través de este y sus componentes característicos que obtenemos distintos tipos de fotografía. También podemos conocer más acerca de las personas que hacen fotografías por la elección de tal o cual lente, el tamaño de la cámara, si se usa flash o no: lo que decimos esconde nuestros motivos, y nuestras imágenes van revelando la otra diferencia que está escondida y se encuentra en el subconsciente.

Henri Cartier-Bresson, el pintor hecho fotógrafo, decía que presionar el obturador es algo que no se puede enseñar -pues simplemente se trata de oprimir un botón- así como a caminar o a ver tampoco: el francés se enfocaba particularmente en el hecho de que la intuición no es algo que pueda ser abarcado en el capítulo de un libro de fotografía (o en un curso), pues es algo que se cultiva a lo largo de una vida entera. Con música, arte y libros. En este sentido Cartier-Bresson está tomando una postura ante la fotografía y por lo tanto ante la vida –aunque se trate de la no postura– y por lo tanto sus imágenes conversan de cierta manera que le es particular, guiado por la intuición y un joie de vivre, Bresson se abalanza a puntitas y en sigilo sobre el sujeto que es la vida, sin mayor preocupación por los aspectos técnicos del oficio, la cámara se convierte en una extensión de su visión, en su cuaderno de dibujos.

Suertes de intuiciones
o hasta la necedad de una visión,
son las comezones de deambulantes armados de cámaras.
Haciéndose turistas de sus propias vidas
cuando el bicho del recuerdo decide picar
oprimimos un botón
y nace la fotografía.

¿Qué dirían Stieglitz o Weston?, ¿será también la intuición la que los empuje a tomar sus fotografías? ¿O quizás sea otro el hilo conductor?

La composición recortada, el encuadre clínico, una obsesión por las cosas hechas fotografía es también la actitud un tanto científica que busca el resultado de sus experimentos ansiosamente y a toda costa –recordemos que Daguerre, el científico-fotógrafo, murió por una prolongada exposición al mercurio que usaba para revelar sus daguerrotipos. En el caso de las fotografías, que a primera instancia parecen inofensivas, se trata de la vulneración al efecto que estas pueden tener sobre nosotros, tanto emocional como psicológicamente, es el punctum como Barthes lo describe en Camera Lucida, aquello a lo que inevitablemente nos encontraremos en cada imagen: la impresión que retenemos del sujeto como es visto por la cámara en la fotografía. Surge la pregunta de si en las distintas maneras de fotografías cada persona manifiesta tonalidades distintas de significantes, punctums, que le son únicos a la persona y por lo tanto a su subconsciente, como el escritor de la biografía de HCB, Pierre Assouline, sintetiza del estilo del fotógrafo francés: “las raíces de la imagen se encuentran en el subconsciente”. Afirmación un tanto Jungiana, pero que extrapolada en la fotografía ilumina la noción de que un proceso que aparentemente tiene casi todo que ver con el mundo exterior, tiene otro tanto de su proceso creativo operando en los reinos del mundo interior. Siguiendo esta línea de pensar la fotografía se comienzan a volver aparentes las lineas convergentes con otras disciplinas, entre ellas la poesía, ya lo describía Sontag en Acerca de la fotografía, comentando en el hecho de que la poesía, de todas las bellas artes, es las que más comparte con la fotografía (contrario a la noción popular de que sería la pintura) pues ambas lidian con el instante.

Para hablar de poesía entro de puntitas, valiéndome solo de lo que puedo confirmar con mis amigos poetas: entre el Jorge y el Alex, estudiantes del Claustro en la Ciudad, se rebotan esta idea de que el escritor debe de estar en un constante estado receptivo, abierto a encontrar la metáfora en lo menos esperado. Es de esta manera que el poeta “riega” o “hara” las proverbiales tierras de su oficio y la dichosa “inspiración”, cultivando su intuición y sensibilidad para después cosechar sus frutos a manera de fijar tal sensibilidad por medio de la escritura en un poema. Las fotografías son poemas que se escriben con luz. Pero el pintor, como el novelista e incluso el cineasta, trabajan la obra en intervalos determinados de tiempo: 5 horas diarias en donde el escritor trabaja la novela y construye sus personajes, ya lo escribía el novelista mexicano Xavier Velasco en su novela de pandemia, El último en morir, donde nos cuenta sus métodos un tanto obsesivos de llevar la cuenta de sus avances en los cuadernos naranjas –donde escribe a mano; el cineasta similarmente labora, en el día de rodaje, en la pre y la postproducción, se “esculpe el tiempo” en palabras del cineasta ruso Andrei Tarkovski; el pintor coloca su lienzo y prepara los pigmentos en la paleta, premedita la composición y posteriormente aplica varias capas de pintura paulatinamente. Del novelista tornamos al poeta, del cineasta al fotógrafo y del pintor al dibujante, cuya labor radica en fijar una forma del tiempo y espacio en una fracción de tiempo, distinto al pintor y la composición premeditada, el dibujante esboza y es más bien la combinación entre ojo y mano la que espontáneamente decide la composición. Regresamos al cuaderno de dibujos de Cartier-Bresson.

La cámara es a la mano lo que el lápiz al dibujante, un cuaderno que dibuja el espacio y tiempo con el ánimo del poeta que se avalancha sobre la vida. Más culpa de la mano compulsiva con el ojo de cómplice, más pulpo que persona cuando los dedos y la mano se hacen de las suyas con el afán de crear y manifestar esta danza de formas y luz. La foto se hace sola así como el dibujo se dibuja así mismo, con la sensibilidad y disciplina, la intuición, como combustible.

Somos personas con cámaras viviendo.
Los momentos del tiempo hechos souvenir
del viaje que es vivir:
el esbozo de una vida
hecho fotografía.


DIEGO M. RAMOS – @orizaba.ramos

Fotógrafo y cineasta egresado de CENTRO.
Actualmente caminando las calles de la Ciudad de México.
Guitarrista, pintor y filósofo en mi tiempo libre,
Pero más que nada amante de la vida sencilla.
Namaste

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