La ciudad de la desolación

Melissa Amezcua (@chinampa) escribe este texto sobre la desolación en la que miles de mujeres se encuentran al andar por la ciudad

“En el transitar diario he descubierto la desolación en la que miles de mujeres nos encontramos al andar por la ciudad.”

Vivo en una ciudad de violencia, miedo, ley y orden. Antes de venir aquí, me hablaron de la Ciudad de México como un lugar asombroso. Lo es por momentos breves; pero es la consecuencia de romantizar casi todo, ese vicio que a veces aparece en nuestras mentes para destruirnos la poca esperanza de lucha que nos queda a los que buscamos libertad en cincuenta metros cuadrados de aire.

Un traslado en Metro a las siete de la mañana puede ser el viaje más melancólico siempre y cuando vayamos en un asiento de Pantitlán a La Paz, y tenga la vigencia de un instante, y anoche hayamos dormido libres del ruido de la violencia callejera y del hacinamiento y hayamos tenido tiempo para comer sobre una mesa y no en el regazo propio o sobre la banqueta. Es completamente lógico que nuestra capacidad de asombro se desaparezca en la dirección contraria de esa línea, sobre todo, si es el segundo transporte que necesitamos, si arrastramos el cansancio de la esclavitud, el acoso sexual de la calle que a las mujeres nos acompaña a cada instante de nuestras vidas, y la interminable jornada de crianza doméstica que nos espera al minuto en el que abrimos la puerta de nuestra casa.  

En el transitar diario he descubierto la desolación en la que miles de mujeres nos encontramos al andar por la ciudad. Que la hayamos aprovechado, creativamente, a través de consignas de supervivencia callejera como el avísame cuando llegues quizás sea una reivindicación de nuestro derecho a la calle, pero a la vez, es un recordatorio de que las mujeres jamás vamos a experimentar la tranquilidad.

La ciudad es asombrosa por ordenada, es una máquina enorme que si acaso se atora con temblores, pues el resto de las desgracias, incluyendo la exhibición de nuestros cuerpos, le son inherentes. He visto a las mujeres que aquí resisten advirtiendo que esa vida cotidiana, aparentemente funcional, que nos muestran las calles —pese a estar tapizadas de letreros de desaparecidas y niñas esclavizadas a la prostitución— es insostenible. Tengo claro que no se trata de una advertencia nueva, pero es necesario recordar que es nuestro derecho exigir una vida más segura. Esa que jamás vamos a lograr si en aras del falso progreso citadino a las mujeres que habitamos la ciudad nos siguen negando el derecho a vivir y a la dignidad de un cuerpo propio. El problema es que no nos quieren escuchar. Irnos de aquí tampoco resuelve nada si a dónde vayamos se pretende imitar todo lo que ocurre en las calles de la ciudad, en vez de hacer exactamente lo contrario.

Una ventaja, se me ocurre, de pasar el tiempo en infinitos traslados, es la posibilidad de ejercitar la mente hacia los sueños.

Una ventaja, se me ocurre, de pasar el tiempo en infinitos traslados, es la posibilidad de ejercitar la mente hacia los sueños. La idea de una ciudad en donde los cuerpos de las mujeres no sean explotados para el goce sexual de los hombres, ni exhibidos en la calle una vez asesinadas, donde nos planteemos tener nuestros propios hogares, un lugar donde nuestra autonomía sea garantizada por todos y nuestra dignidad sea verdaderamente una costumbre no va a ocurrir nunca si no lo soñamos como una posibilidad real. 


MELISSA AMEZCUA – @CHINAMPA

Me gusta escribir y estar en la playa. También soy reportera en El Universal.

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La fotografía de la portada es de @nayelee.cruz


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