Cuántas calles es una calle

Un texto de Sofía Téllez (@softellez) que aparece en CITADINA — 01

Decía Heráclito que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río porque ni el río ni nosotros somos nunca los mismos. Se puede decir algo así de las calles y de la ciudades: nos es imposible regresar al lugar donde estuvimos antes. El tiempo pasa, nos cambia, nos aleja de lo que éramos y, sin embargo, algo permanece.

Cuando era niña, los adultos que me rodeaban usaban los nombres de las calles para referirse a las casas de amigos y de otros miembros de la familia. Así, Lago Valencia era mi casa. Cuitláhuac era casa de mi tío Richard. Cinco de febrero era casa de mis abuelos. Otros nombres de calles que eran casas: Alberto Herrera, Escuadrón, Garrido. Ambos lados de mi familia se extendían por la Gustavo A. Madero, nuestro pequeño universo. Pero crecer se trata un poco de otorgar nuevas dimensiones a una ciudad: resultó que nuestro universo era solo una delegación, y había otras.

Migramos a una galaxia un poco menos al norte y durante años dejé de visitar la Gustavo A. Madero. Cuando volví, la encontré decadente y triste. Los nombres de las calles habían dejado de ser casas. Alberto Herrera se había convertido en una mezcla de graffitis ilegibles y basura que ya a nadie le importaba recoger. El paradero de Ruta Cien ya estaba abandonado, ni rastro de los raspados que mi mamá no nos compraba porque eran de agua puerca (supuestamente) y menos de los niños que vendían bolsitas de huevos confitados a cinco pesos. Pero caminé por Calzada de Guadalupe, pasé cerca de los puestos de gorditas de nata y recordé a mi abuela. Vi a los peregrinos y la recordé siempre dándoles lo poquito que le quedaba de cambio. No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero siempre podemos salpicarnos de recuerdos.

[…] pero en una ciudad de calles infinitas y recuerdos que se multiplican, pocas veces se extraña el eterno retorno de lo mismo.”

Algunas personas me han dicho, respecto a Tlatelolco, que les da miedo porque sienten que se pierden entre sus pasillos confusos. Que cada edificio parece una repetición del otro y es difícil desplazarse por el naranja y el gris que se repiten interminablemente. He llegado a la conclusión de que para el ojo poco entrenado no es posible diferenciar los tipos de edificios que habitan Tlatelolco, ni los juegos infantiles dispuestos de formas distintas, ni los stickers pegados unos sobre otros en postes que para mí tienen personalidades propias. Yo no veo solo una cancha de básquet, veo a mis hermanos, flacos y todavía sin ser papás, jugando veintiuno. Tampoco veo un Domino’s Pizza: veo el lugar donde asaltaron a mi papá y a mi hermano y donde le quitaron a este último su chamarra favorita de los Dolphins de Miami. Pienso en todo esto y la idea casi hace que me explote la cabeza: una calle tiene millones de dimensiones. Su extensión es proporcional a la cantidad de recuerdos que alberga cada persona que ha pasado por ella. No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero en una ciudad de calles infinitas y recuerdos que se multiplican, pocas veces se extraña el eterno retorno de lo mismo.

Una calle es muchas calles. Es una calle de día, otra de noche. Es morada cuando las jacarandas florecen y gris deslavado cuando los árboles se rehúsan a ser más que troncos secos. Ruidosa el martes de tianguis y silenciosa el lunes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo y lunes. Una calle huele a lengua mientras está abierto el puesto de tacos de cabeza y a crema, lechuga y queso cuando se pone la señora de las quesadillas. Una calle es una cuando la caminas junto a alguien que amas y otra cuando la caminas triste, sola, sin la persona que amas. Una calle es inmensa e interminable cuando eres niña y todo es inmenso e interminable; también diminuta e irreconocible cuando vuelves a ella después de décadas de no verla. Una calle fue la calle más importante cuando una abuelita vivía en 5 de febrero. Luego 5 de febrero seguía siendo una calle pero no era nada.

“No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero siempre podemos salpicarnos de recuerdos.”


SOFÍA TÉLLEZ — @SOFTELLEZ

Es filósofa frustrada. Encontró cómo ganarse la vida escribiendo copies y traduciendo series y películas.